Autoconocimiento y resignificación

Autoconocimiento y resignificación

Los cuerpos hablan. Los cuerpos comunican, nos cuentan cómo están a través de somatizaciones cuando quien habita ese cuerpo sufre; también por lo que han pasado a través de cicatrices, marcas, o mutilaciones; y en qué parte del camino de la vida se encuentran, a través de arrugas, algunos síntomas característicos de ciertas edades, y, sobre todo, a través de la acumulación de sabiduría y experiencias.
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Los cuerpos hablan. Los cuerpos comunican, nos cuentan cómo están a través de somatizaciones cuando quien habita ese cuerpo sufre; también por lo que han pasado a través de cicatrices, marcas, o mutilaciones; y en qué parte del camino de la vida se encuentran, a través de arrugas, algunos síntomas característicos de ciertas edades, y, sobre todo, a través de la acumulación de sabiduría y experiencias. Los cuerpos pueden “hablar” de sí mismos, pueden decirnos lo que nos gusta cuando, a nivel cerebral, segregan dosis de dopamina y oxitocina proporcionándonos estados de bienestar y placer; o también pueden avisarnos de peligros cuando activan el sistema nervioso simpático y nos ponen alerta.

Pero los cuerpos no sólo nos narran a nivel fisiológico y estético las vivencias de las personas dueñas de ellos, sus emociones, sus esfuerzos, sus frustraciones, sus alegrías, sus decisiones, sus circunstancias. Los cuerpos están cargados de significado simbólico.

Lo simbólico es aquello que, en el terreno de las ideas (del imaginario individual y colectivo), dota de significado al mundo a través de herramientas como las imágenes, los símbolos, pero especialmente, el lenguaje. En este sentido, a cada cuerpo, su color, su forma, su capacidad, sus marcas, sus enfermedades, su género, sus formas de expresión…, se le otorga un significado situado en un dónde cultural, en un cuándo histórico, y en un quién sexuado; y en base a esta compleja conjunción se le nombra, se le categoriza, se le ubica discursivamente y en consecuencia, socialmente.

Pongamos un ejemplo: Freud, conocido como el padre del Psicoanálisis, desarrolló de manera novedosas teorías sobre la sexualidad humana, en general, pero especialmente sobre la sexualidad infantil y la sexualidad de las mujeres. Hoy en día, es muy conocida (y criticada) su teoría sobre el lugar del clítoris en el placer sexual y orgásmico de las mujeres, donde según el autor el clítoris era una mera herramienta de placer y satisfacción infantil para niñas que, una vez hubiesen madurado, “trasladarían” su placer sexual de manera lógica y natural a la vagina, consiguiéndose exclusivamente a través de coitos vaginales. Aquellas mujeres que no hubiesen realizado dicho proceso serían mujeres poco maduras, infantiles e histéricas. Aquí nos encontramos dos elementos que construyen el significado de estos cuerpos: el primero, que los cuerpos con clítoris, vulva y vagina son cuerpos de mujeres (no entraremos aquí en la conceptualización de la transexualidad, cuestión con también fuerte significado simbólico); y el segundo, que el desarrollo sexual “natural” de estos cuerpos (y su psique) pasa por obtener placer únicamente a través de penetraciones vaginales coitales, lo que lleva a construir un imaginario (un significado) en el que el placer sexual de las mujeres no depende de ellas mismas y, además, el clítoris no sirve para nada (o peor aún, se infantiliza). Estos significados condicionarán la forma de entender la sexualidad de las mujeres, la forma de entenderse y relacionarse consigo mismas, y la forma de ubicarlas socialmente en el terreno de lo sexual.

En este sentido, y aunque nos parezca lejana, esta teoría del “orgasmo vaginal” continúa estando muy presente en la idea colectiva sobre cómo las mujeres deben obtener placer sexual “de verdad” y “de manera normal”. Es decir, la carga simbólica influye sobre nuestro entendimiento de las cosas y, por consiguiente, sobre nuestros actos. Si nadie nunca me dijo qué es el clítoris, dónde está ni cómo es y su importancia en el orgasmo, ni tampoco que la entrada vaginal tiene muchas menos terminaciones nerviosas (por lo que un orgasmo exclusivamente vaginal es realmente complicado), entonces pensaré que si no llego al orgasmo con penetraciones vaginales (“de manera normal”) probablemente tenga un problema, algo no funcione bien, o esté enferma; y más probable aún es que nunca me haya estimulado el clítoris o no sepa cómo hacerlo.

Lo mismo ocurre con la desnudez, cuyo significado simbólico es el de lo pudoroso, lo incivilizado (otra carga simbólica potente esto de lo «civilizado» y lo «salvaje»), aquello a esconder, incluso a veces “lo sucio”. ¿Cómo voy a mirar, tocar o conocer mi cuerpo? ¿Cómo voy a pedir que me ayuden a descubrirlo?

Y es aquí donde el autoconocimiento y la resignificación cobran un especial protagonismo.

En general, conocer nuestros cuerpos, cómo son, cómo reaccionan, qué les gusta y qué les daña es una herramienta de prevención, satisfacción y enriquecimiento. Pero es que, además, el autoconocimiento puede convertirse en una potente estrategia de resignificación, esto es, de dar otro significado alternativo al cuerpo (o a partes de este) que nos permita reconciliarnos con aquellos fantasmas que nos acompañan, o ser críticas con los roles y estereotipos asignados a nuestros cuerpos. Pensemos en la relación entre genitalidad e identidad: comúnmente tiende a vincularse (aportar significado) unos genitales determinados con una identidad de género determinada, esto es, pene=varón y vagina=mujer. Hoy, a través de profundos procesos de resignificación (entre otros) somos capaces de entender que los genitales no definen la identidad, y que hablar de vaginas no siempre implica hablar exclusivamente de mujeres, y viceversa. Hemos ampliado el significado de los cuerpos para hacerlo menos estricto, menos determinante, más inclusivo.

Otro ejemplo: personas (generalmente hombres cis) que sufren la conocida como eyaculación precoz y viven esta situación con angustia, vergüenza o culpa. El significado que se le ha otorgado al pene en los coitos (tamaño, capacidad eréctil, duración pre-eyaculatoria, responsabilidad en la satisfacción de la otra persona…) es símbolo de capacidad, de ejecución exitosa, de placer asegurado (y de virilidad en muchos casos). Cuando, a través del autoconocimiento de la respuesta sexual y del funcionamiento eyaculatorio, son capaces de renombrar esa «eyaculación precoz» como «insatisfacción» otorgándole un carácter subjetivo y no patológico ni disfuncional (que no las hay), entendiendo que hay mitos y mandatos sexuales de por medio y ampliando su modelo de encuentro erótico, son capaces de vivir su erótica de forma más placentera, porque también han aprendido a nombrarla en términos positivos, o al menos no culpabilizantes.

Esta filosofía de la resignificación podemos encontrarla en movimientos body-positive o antigordofóbicos, donde se resignifica el cuerpo gordo en positivo; en discursos queer donde una manera de resignificar los cuerpos e identidades no cis-hetero-normativas es a través de la reapropiación del insulto, para que éste ya no dañe y sea signo de orgullo (marica, bollera, etc); en teorías crip sobre cómo renombrar y resignificar los cuerpos “discapacitados” en cuerpos “con diferentes capacidades o funcionalidades”, otorgándoles valor; o en discursos de empoderamiento sexual y erótico para mujeres, donde conocer el propio cuerpo ayuda y es parte del proceso de reconciliación con el mismo.

No podemos evitar poner significado a los cuerpos, pero sí podemos hacer algo con esos significados: el autoconocimiento corporal, genital y sexual se convierte en un proceso de experimentación y descubrimiento de unx mismx que nos permite tener más control sobre nosotrxs, sobre nuestros placeres, sobre nuestras decisiones, ayudando a darle otro significado a ese cuerpo que creíamos raro, erróneo, inapropiado, desconocido o incapaz de darnos placer por sí mismo, para aceptarlo, disfrutarlo, quererlo y reivindicarlo.